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En Todo lo que importa sucede en las canciones Fernando Navarro le ha puesto música a la novela de una vida: la de un joven que se planta en la madurez (un trabajo absorbente, una casa que hay que pagar, un hijo que reclama su atención, una madre soltera que se desmorona y una pareja que da estabilidad) con todo el bagaje que ha ido acumulando a lo largo de la infancia, la adolescencia y la juventud, y entonces su existencia se resquebraja. En la mochila de ese hombre que se resiste a dejar de ser joven y se sienta todas las semanas ante una psicóloga para tratar de conocer sus problemas hay una carga enorme, aunque ligera: todas las canciones que lo ayudaron a crecer, a construirse, a ser. Como dice su protagonista: «Ya no sé si arrastro la crisis de los treinta o me he adelantado a la de los cuarenta. Tal vez me mueva entre ambas, enlazando una con otra como esas canciones que saben hilar los buenos pinchadiscos, sin espacios en blanco. Todo seguido para dar sentido al título de mi propio disco: Hombre en crisis permanente. Sería un fracaso absoluto entre los entendidos, pero, al menos, habría bastante ver